Compartimos una narración que ha escrito Norma inspirada en las vivencias de Fundación Mas Vida de Crohn y Colitis Ulcerosa. Norma ha visto crecer nuestra institución desde las #PerspectivasEII que su amiga Nora le ha transmitido a lo largo de estos años. Y un día tuvo la oportunidad de transformarlo en un bello e inesperado relato llamado “Prejuicios”. Aquí va…
Ema había vivido poco más de 30 años en el mismo departamento del 3er. piso en el barrio de Villa Urquiza.
Hacía 4 años que había enviudado y desde entonces pasaba sus días en soledad. Matizaba su abulia asistiendo a clases de cerámica y el resto de su tiempo frente al televisor. Sus hijos la visitaban cada tanto, no lo suficiente a su entender.
El departamento lindante había estado desocupado durante meses luego de que sus vecinos se mudaran a un country por seguridad. Eso la había afectado mucho debido a que habían sido una gran compañía para ella.
Hacia 3 meses que una dama se había mudado al mismo. Ema pensaba que era rara aunque aún no la conocía personalmente. ¿Cuál era la rareza a su entender? La susodicha era visitada casi diariamente por jóvenes de no más de 16 o 17 años, quienes permanecían durante horas participando de ruidosas reuniones que a Ema le quitaban el sueño. Cavilaba tratando de imaginar cuál sería el motivo de esos encuentros tan charlados y por momentos hilarantes.
Para colmo de males, Manuel, el portero del edificio a quien le gustaba chismorrear, un día le pregunto qué opinaba de la nueva vecina.
-Porque me hace esa pregunta? – respondió. –Es que vio…? Siempre vienen chicos y chicas por la tarde al departamento. A veces no los veo bajar, no sé… se quedaran a dormir? Rara la señora ¿no?
A partir de ese día se propuso conocerla personalmente e ingresar a la vivienda con alguna excusa. Así fue que, una tarde tomó a Lulú su gatita y la hizo pasar forzadamente entre los barrotes que separaban los dos balcones e inmediatamente toco el timbre; se excusó por molestar, se presentó y pidió permiso para pasar a buscar a su traviesa gatita que se había pasado a su balcón.
Con este artilugio conoció a quien le quitaba el sueño, pero no logró entrar y ver a los participantes de la reunión que se celebraba en el living, porque la señora con muy buenos modales le dijo: “Yo misma le traeré la gatita sin problemas”, y agregó “tengo muy buenas relaciones con estos bellos animalitos”.
Esa última frase la retrotrajo a una leyenda que alguna vez había leído sobre una mujer entrada en años que ofrecía 2 habitaciones que no utilizaba, en alquiler. Pero había una condición. Los solicitantes debían ser jóvenes estudiantes. Durante la entrevista eran rechazados los que no tenían piel inmaculada y rasgos perfectos. A los que cumplían con estos requisitos les ofrecía un té en una taza de porcelana que contenía cianuro. Cuando la policía allanó el departamento por denuncias recibidas, halló en las 2 habitaciones, 10 jóvenes (mujeres y varones), 1 loro, 2 perros y 12 gatos, todos ellos muy bellos y excelentemente embalsamados. (yo pondría los números en letras porque es texto)
Luego de una noche cavilando, decidió implicarse y denunciarla por sospechosa. A diario oía que las autoridades pedían a los ciudadanos que se involucraran.
Era mediodía, estaba intranquila y para relajarse encendió el televisor. Cuán grande sería su sorpresa cuando la primera imagen que vio fue la de su vecina que ofrecía a la cámara su rostro sereno y sonriente. Contestaba con soltura las preguntas que le formulaban acerca de la “ORGANIZACIÓN SANAR”, creada para ayudar a jóvenes que padecían enfermedades llamadas “poco frecuentes”. La doctora relataba las peripecias vividas por ella misma en su adolescencia debido a que no había diagnóstico para sus problemas de salud. Ella había estudiado, luchado y experimentado consigo mismo para paliar los efectos del síndrome que le impedía llevar una vida plena. Fue así que fundó esa asociación que contaba con adherentes que la ayudaban con los jóvenes que acudían a ser informados en cómo lidiar con los síntomas que les limitaba en sus vidas cotidianas.
Ema, acuciada por el remordimiento que sentía sólo logró calmarse cuando tomó la determinación de ofrecerse como socia activa de dicha Asociación. Su vida cambió. Ocupada y sin perjuicios se sintió útil y feliz.
Por Norma Genga.
Agosto 2016.