Hola! Mi nombre es Melisa, tengo 26 años. Fui diagnosticada con esta “extraña” enfermedad, cuando tenia 23 años. Lo cual, no significa que esto fue de un día para el otro. Por el contrario, fui arrastrando problemas a lo largo de mi vida. Sea por nervios, angustia, presión, o culpabilidad. Me parece interesante contar mi historia, para que otro que esté en la misma situación, o peor no se sienta tan así, y esté al menos más acompañado.
Bueno, como bien dije comencé a los 23, con los peores malestares que pude tener al momento. En episodios anteriores, tuve gastritis, “parásitos” aparentemente también, la bacteria Helicobacter Pylori, y así. Tuve días en los que no me pude levantar del endurecimiento de los músculos, (me dolía) y recuerdo que todo eso pasaba generalmente ante un cuadro y un escenario total de stress, problemas familiares, angustias, yo vivía sola, estudiaba y trabajaba. Evidentemente, mi cuerpo no podía con todo.
Seguí haciendo oídos sordos, y no entendí lo que mi cuerpo me dictaba, lo que estaba haciéndome entender a gritos. Que pare, que diga NO, que deje de meterme tanta presión a mi misma. Así es como al quebrar con mi pareja, con la cual sólo estuve un mes, pero fue un mes super intenso, mi cuerpo se cansó. No resistió, y dijo basta. Hasta acá llegué.
En ese entonces, estaba trabajando en una empresa que realiza viajes y congresos médicos. Fue un trabajo, sin dudas enriquecedor, a nivel profesional, pero devastador a nivel de mi salud. Mi jefe fumaba adentro todo el día (ya estaba establecida la ley de fumar en ámbitos de interior, y demás), los trabajos se hacían de hoy para ayer, y así. Llegó un punto que no pude con tanto, y mi estómago e intestinos estallaron. Llegaba todos los días, como podía sinceramente. Con mucho cansancio, a veces las piernas no me daban para subirme a un colectivo, y caminar las 4, 5 cuadras que tenia que caminar para llegar, y terminaba tomándome un taxi.
Los alimentos no los toleraba, ni siquiera el agua. Así estuve unos tres meses, yendo como si nada pasara a trabajar como podía.
Decidieron recomendarme uno de los tantos médicos con los que trabajábamos, para que me diera el diagnóstico de “una simple anemia y gastritis”. Seguí con mi búsqueda, entre guardias, laboratorios, consultas externas, y demás.
El día siguiente a mi cumpleaños, jamás pensé, llegaría el momento en que me internaría. Allí pasé 7 días, en los que no quería saber nada. Estar en una clínica u hospital, nunca es agradable, siempre te tira mas para abajo, pero no quedaba otra. Me hicieron miles de estudios, estuve una semana haciendo dieta celíaca, porque ésta podía ser una posibilidad, pero no.
Al mes de salir, finalmente me diagnosticaron la dichosa Enfermedad de Crohn. Una altísima dosis de corticoides, tuvo que apagar con urgencia el fuego en mi interior. Así, a medida que iba bajando el gramaje de los mismos, iban retornando los dolores, cada vez mas insoportables. Estómago, cabeza, articulaciones, vómitos, diarreas, y mucho más. Me recomendaron tratarme en el Hospital Udaondo, porque en ese entonces los profesionales estaban mucho más preparados, y de una experiencia mayor en muchos pasos.
Esta fue sin dudas, una etapa durísima y muy fea. Sólo comienzo con decir, que para pedir mi primer turno, tuve que quedarme desde las 10 de la noche de un día, hasta las 7 am del día siguiente, para obtenerlo. Obviamente, salí del hospital, me fui a mi casa (hora y media de viaje). Llegué a mi casa, me cambié, y me fui a trabajar. Sí, si. Todo esto con la sintomatología de un paciente de Crohn, que recién comienza. Así transité un largo año, con tratamiento nuevo, droga nueva, médicos nuevos. Al volver de mi licencia de trabajo, tuve la feliz noticia de ya no pertenecer más a la empresa. Me echaron. Obviamente, me puse muy triste, siendo que es sabido que con una enfermedad de este tipo, es muy difícil conseguir un trabajo en el que te banquen, y te aguanten. Empeoró, gracias a ello mi situación física. Volvieron más dolores, más náuseas, etc. Comencé con un medicamento biológico, el Remicade, que me indicaron colocármelo cada dos meses. Claro, que además tenía que ir al control todos los meses, hacerme análisis, ir por recetas, y demás. Todo en un lugar espantoso, de una infraestructura pedorra, y con médicos con paciencia “0”.
Hasta que llegó el día, que le dije NO a varias cosas. Le dije no a las medicinas, no a la vida rutinaria, no a las presiones, no al trabajo, no a la dependencia, y no a los médicos maltratadores por más buenos que sean. Me decidí a experimentar otras cosas. Cambio de la alimentación, terapias biológicas, flores de bach, terapia con imanes, dieta crudivegana, aceite canábico, etc. Bueno, les cuento que a mí, nada me resultó. No digo que no sirvan para nada, pero por el tipo de persona que soy, no pude soportarlo. Todo es a largo plazo. Yo necesitaba YA un cambio, una valoración diferente.
Comencé a viajar, abandonando por completo el medicamento, y probando ver como me sentía, en otro lugar, con otra gente, y demás. Toleré un poco el primer tiempo, pero no tardó mucho en volver al principio.
Estaba retrocediendo casilleros. Volví a Buenos Aires, desesperanzada por no encontrar el balance. Quería saber lo que quería hacer de mi vida, trabajar de la fotografía, el diseño, y viajar, y poder sentirme bien a la vez sin tener que estar atada a la medicina.
No fue posible, hacer todo lo que pretendía hacer. Me encontré con Luciana, en ese regreso, que me llamo para dar una charla sobre mi experiencia en el Hospital Italiano. Allí tuvimos una larga y tendida conversación, en la que me insistió nuevamente que pruebe con otros médicos, otros profesionales y que lo intente hasta sentirme cómoda y se puedan adaptar un poco a lo que busco.
Estuve obviamente internada de nuevo, porque la situación se fue agravando, antes que pudiera hacer algo. Comencé a tratarme con nuevos médicos, pero ya era tarde. Por suerte pude salir, y resurgir una vez más. Siempre tengo mi frase, de “equivocados pero fuertes”. Una canción de Willy Crook, muy cierta, y que me acompaña entintada en mi brazo.
Hoy estoy acá, de nuevo en Buenos Aires después de respirar un poco de aire puro, de montaña y verde en el sur. Aún no conseguí la remisión completa, y voy en busca de ella para emprender nuevamente el viaje, que es mi vida y a lo que me dedico. Estoy tratándome con HUMIRA pen, que me la aplico yo misma. Es lo más versátil,y que me permite no depender tanto.
A modo de conclusión, les digo que nunca dejen de luchar por aquello que desean. Aprendan a respetarse, y a decir NO a lo que no pueden hacer.
Gracias.
Melisa Quintero. Junio 2017