Cada existencia es diferente, incluso entre quienes fuimos diagnosticados/as con una “Enfermedad Inflamatoria Intestinal”. Los síntomas, sus intensidades, los sufrimientos, las posibilidades, los tránsitos en la vida cotidiana no son idénticos ni siquiera en dos cuerpos, y mucho menos en cada uno de los brotes que experimentamos. Sin embargo, compartimos algo que nos identifica y es la condición de tener una E.I.I., en mi caso, colitis ulcerosa. Fue en el 2005 que recibí la noticia del diagnóstico. En aquel entonces, aceptar algo nuevo que me hacía diferente, era imposible de asimilar. Aunque estaba presente constantemente, (puesto que nadie puede escindirse de su cuerpo) insistía en no reconocer, en tratar de ignorar, en evitar asumir que era, pues, una ‘colítica ulcerosa’. Mucho tiempo pasé pensando que la C.U. era ‘algo’, algo así como una ‘cosa’, que existía fuera de mí pero que circunstancialmente se volvía parte de mi habitar en este mundo. No fue hasta el 2008, en el que un brote cambió totalmente mi corporalidad, que me di cuenta que tenía que aceptar lo inevitable: que la C.U. era una condición que me constituía, que yo no podía ser y existir sino como una persona que, entre otras cosas, era una ‘colítica ulcerosa’. Al principio pensé que esto implicaba resignarse, entregarse a un sufrimiento crónico, inestable, indeterminado, imprevisible. Y lo viví así. Hasta que pude darme cuenta que todas las existencias están condicionadas de diversas maneras: por enfermedades, como en nuestro caso; por condiciones sociales, políticas y económicas; por las emociones, los sentimientos y los deseos; por experiencias agradables o traumáticas; y por cientos de variables, algunas no identificables a simple vista. De ahí todo cambió. Cambié yo corporalmente. Una vez un filósofo afirmó “soy mi cuerpo”, y esa constatación se llenó de sentido en esa metamorfosis. Y esta condición corporal – la C.U. – se transformó en la condición de posibilidad de aprehender el mundo y sus experiencias de manera positiva: conocer las potencialidades del yoga y el tai chi, de la respiración y la meditación; hallar otras formas de comer, descubrir nuevos alimentos y, por qué no, mi gusto por cocinarme, de regalarle a mis intestinos alimentos que lo acaricien; encontrar el apoyo presencial y virtual de mi familia, de amigos y amigas con y sin E.I.I., de mi médico, de diferentes personas que hacen que los momentos difíciles parezcan que lo son menos. Por supuesto, que a pesar de toda esta positividad, el dolor y el sufrimiento se hacen presentes y, muchas veces, en la manera de limitaciones y restricciones que afectan seriamente mi vida. Sin embargo, intento tener otra relación con estas sensaciones. A veces, sin éxito alguno. Pero entonces recuerdo esa metamorfosis, no como aquello monstruoso que retrataba Kafka, sino como el despertar a una nueva manera de habitar y de existir en este mundo. Un mundo que por cierto, no siempre es amable con nosotros y nosotras, pero que esconde posibilidades infinitas para ser exploradas por nuestros cuerpos.
Andrea Flores. Marzo 2012